Páginas

sábado, 8 de septiembre de 2012

Tiempo 1.


Nota: Con consentimiento de Yary, me ha dejado y cedido su nombre para un personaje. 

Capítulo 1. La chica del otro lado.

18 de Marzo de 2012.

- ¿Estás bien?... –
La chica no respondía. Inmóvil en el suelo, agarraba una plateada llave en su puño. Elias, inseguro de lo que hacía, se agachó a la vera de la chica y amarro la llave. De repente, la chica despertó como si le hubiesen atravesado un puñal por el corazón y le arrebató la llave a Elias. Se arrastró en el suelo hacia atrás hasta empotrarse contra la Puerta I. De espaldas a la puerta, miró a Elias con miedo cuando intentó éste acercarse para ayudarla. Ella en cambio, intentaba introducir la llave en la cerradura.
- No te voy a hacer nada, quiero saber como estás... – le explicó – Y saber que haces tú en mi casa –
La chica paró, y dejó la llave introducida, mirando a Elias con el corazón en el pecho, apunto de salir.
- ¿GrindelCrowd? –
- ¡Si, exacto, soy Elias GrindelCrowd!, estás en mi casa... –
- ¿Eres un Custodio? –
La pregunta de la chica le desconcertó. ¿Custodio?, ¿Qué es eso?. Elias intentó buscar la respuesta en su cabeza, pero no las encontró, lo único que pudo hacer es sacar la carta que recibió de su madre. La chica la recibió y pasó los dedos por las letras de la carta. Asintió y sonrió.
- Marian... ya nos dijo que vendríais – le dijo - ¿Dónde está? –
- ¿Cómo?, ¿mi madre...? –
- Si, me avisó hace unos días de que todos vendríais a la casa –
- Mi madre... no es posible... – mascullo –
- ¡Si si, tu madre os espera a los tres!, a Elias... Isaac y... –
- Selphie, la niña de sus ojos – añadió con una sonrisa - ¿Y cómo sabes nuestros nombres? –
- Tu madre me lo ha dicho, pero ese estúpido me ha expulsado de la Puerta I, y ahora, la puerta no se abre... –
Elias no entendía nada de lo que hablaba, y la chica intentó abrir la puerta con la llave sin ningún éxito. Elias intentó recapitular toda la conversación. Una chica, de aparentemente diecinueve años, aparece en la sala de las Diez Puertas con una llave, y que Marian, su madre, le había dicho que esperaba a sus tres hijos... eso significaba que si su madre está aquí, es posible que hallan vuelto tras esos diez años de abandono. Elias intentó buscar las respuestas, y las encontró delante de él. Ella.
- ¿Y puedo saber quién eres tu? –
- ¡Oh es cierto! – la chica se levantó del suelo y se sacudió los pantalones de tierra – Me llamo Cristal Ocowen. – se presentó – Vengo de la Puerta I, mi hogar... – suspiró –
- ¿Vives detrás de una puerta? – le vaciló Elias –
Hubo un silencio entre ambos, y Cristal meneó la cabeza levemente y chascó los dedos.
- Es cierto... ya me dijo tu madre que no sabíais nada de esto – Cristal le agarró del brazo y le llevó frente a las Diez Puertas para que las viese bien desde otra perspectiva. Cristal señaló algunas puertas... – Detrás de estas puertas, la historia de la familia GrindelCrowd, tu familia, se esconde entre la línea del espacio y tiempo... ¿lo pillas? –
- ¿Eh...?, ¿espacio tiempo...? –
- ¡Oh si, que testarudo eres por dios! – le agarró de nuevo y le arrastró frente a la Puerta I. - ¿Ves?, cada puerta tiene una cerradura, y sin la llave no puedes entrar ni salir, ¿lo pillas? –
- Se para que sirve una llave – le dijo indignado – Pero... espacio y el tiempo, no lo entiendo –
- Es un paso hacia atrás, hacia los orígenes de los GrindelCrowd, y un paso hacia adelante, el futuro de vuestra familia –
- Comprendo... atravesando esas puertas, viajo en el tiempo ¿no? – Cristal asintió, pero Elias se partió de la risa.  – Es imposible... ¡Jajaja!, ¿puertas que llevan a otros tiempos de mi familia? ¿para que? ¡Jajaja! –
- ¿Me tomas por una mentirosa?, ¡tu hermano me creyó a la primera cuando se lo mostré! –
- ¿Mi hermano?... –
Elias retrocedió un poco por sus palabras. Su tono y su mirada de que decía la verdad le desconcertaba. Si su hermano ha estado aquí, entonces es posible que lo que Cristal cuente sea cierto, pero era algo inimaginable para él. Elias jamás creyó en la magia ni en los milagros, solo la ciencia le daba a él la respuesta con sus dieciocho años. Si Cristal seguía en lo cierto, su madre, la carta y sus hermanos, podrían estar ahí, en una de las Diez Puertas.
- Isaac se encuentra en la Puerta I, íbamos a buscarte a ti y a Selphie, tu hermana, pero hubo un obstáculo en el camino... ahora no puedo volver, la puerta está cerrada y la llave ha cambiado de forma... – suspiró – Si por lo menos tendríamos otra llave de éstas de plata –
- Uhm, si que hay una en la casa... – le dijo – Espérame aquí –
Cristal asintió y Elias se fue.



*  *  *  *



Isaac, era lo único que le rondaba a Elias por la cabeza. Su hermano mayor, con quién más peleó y discutió en su infancia. Mientras se dirigía hacia el cuarto de sus padres, paseó vagamente la mirada a su dormitorio y al resto de sus hermanos. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que esas puertas no se abrían  y se cerraban por portazos?, ¿Cuánto polvo se habrá acumulado en esos pomos en estos diez años?... . Ahora, sus manos volverían a tocar ese pasado oculto de  la familia GrindelCrowd, un pasado con muchos secretos por descubrir. Elias se le formó un nudo en el estómago, como si un agujero negro le absorbiera nada más inclinando el pomo de la puerta. Un aroma ha cerrado hizo retroceder a Elias unos pasos atrás. Se llevo el brazo a la nariz, y entró. Oscuro, únicamente el sol de la mañana atravesaba las cortinas rotas, iluminando débilmente el  cuarto de sus padres. La cama intacta, el escritorio desordenado, y la estantería de cristal, en donde Elias tenía conocimiento de que había una llave, estaban abiertos de par en par. Comenzó a rebuscar entre los estantes, tirando los libros y las fotografías, buscando con desesperación esa llave.
- ¡Maldita sea! – exclamo –
Frente a él estaba el joyero de su madre; abierta. No había nada, ni siquiera la llave de plata que ella escondía ahí cada vez que llegaba del piso superior. Ahora comprendía el por qué su madre les prohibía la entrada a la sala de las Diez Puertas.
- ¿Elias, que ajetreo es ese? – Preguntó Cristal, que estaba en el umbral de la puerta - ¿Estás bien? –
- No... – dijo – No está la llave en la caja, no lo está... –
Tiró el joyero y se apoyo en la pared disgustado.
- Ladrones saquearon la mansión hace tiempo Elias... no te esfuerces por favor... –
Elias le dio una patada al joyero y caminó de un lado a otro por el dormitorio de sus padres. Isaac estaba detrás de esa puerta, y su madre también, posiblemente, pero sin una llave era imposible entrar por una de esas Diez Puertas. Todo se derrumbó dentro de él, toda esperanza de hallar respuesta quedó en un simple sueño ridículo sin esperanza alguna. Intentó rebuscar en su cabeza las respuestas, el motivo de la carta, y la presencia de Cristal; y todo relacionado con las Diez Puertas.
- Me voy a casa, no tenía que haber venido aquí... –
- Elias por favor. Tu madre te necesita –
- ¿La misma que abandonó a sus tres hijos?, eso no se llama una madre Cristal. Mi madre es la que decidió adoptarme, la que decidió darme un techo donde vivir y quién me ha cuidado en estos diez años... –
- Pero tu madre tuvo que irse con tu padre por razones muy importantes, lo hizo para protegeros... –
- Jajajaja, ¿protegernos?, abandonar... ¿y protegernos?, no digas bobadas – Elias caminó decidido hacia el pasillo, pero Cristal le paró en seco poniéndose en medio –
- ¡Tu madre está protegiendo vuestro futuro, el futuro de Los Custodios de las Puertas!, ¡Tu madre se fue con tu padre para frenar al enemigo que quiere atravesar las puertas y cambiar todo vuestro origen!, ¡Tu madre se está sacrificando cada minuto que estamos hablando!, ¿a eso no llamas una buena madre?, ¿Quién está protegiendo tu futuro?. ¡Yo he visto ese futuro que os espera, a Isaac, a ti y a Selphie, y es un futuro que no querrás ver! –
- ¿Nuestro... futuro? -


*  *  *  *

Una lujosa limusina se paró en seco. Una mujer francesa, de aspecto favorable y de una tez suave, miraba inquietada el bosque que descansaba a su lado. Bajó la ventanilla, y notó el frío. La volvió a subir y se recostó en el asiento junto a su bolso en sus rodillas. Miró a la muchacha que estaba a su lado, cansada del largo viaje que habían echo desde Francia. Casi ocho horas en coche para parar ahí, en mitad de la nada.
- ¿Seguro que es aquí? – preguntó a la muchacha acompañado de su acento francés –
- Si Yarise... – asintió – Siguiendo el sendero llegaremos a la mansión –
- Bien, pues nos bajamos aquí –
Las dos chicas descendieron de la limusina. La niebla continuaba con su espesor por el bosque, y la carretera ya no era ni visible. A lo lejos, las pequeñas gotas de la tormenta que arreciaba el lugar se apreciaba. Yarise abrió su paraguas de mano y se introdujeron en el interior del bosque.
- ¿Lo has cogido todo, pequeña? –
- Si... tengo lo necesario Yarise –
- ¿Y la llave? –
- También –
La joven muchacha, de aparentemente quince años, llevaba en su fino cuello una cadena de oro en donde colgaba una llave de plata, con un grabado de un número romano. ‘’II’’.
- Te veo diferente... ¿nerviosa? –
- Bastante. Hace tiempo que no piso esa casa, no se si seguirá igual que en mis recuerdos –
- Bueno, los años pasan para todos, pequeña Selphie –
- Si, pero cuando se puede recuperar esos años perdidos, no pasan para todos, ¿me equivoco Yarise? –
- Aprendes rápido – sonrió –
- Buena maestra he tenido... –

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Tiempo 0.




Prefacio. La llegada a casa.

‘’ Hijo... yo... lo siento mucho... yo no quería... es mi deber... papá y yo tenemos que hacer un largo viaje... pronto estaremos todos juntos, ¿vale?... ‘’ –
‘’  ¿Pero por qué os vais?, ¿nos dejáis?, ¿nos abandonáis?... ‘’ –
‘’  Es nuestro deber Elias... cuida de tus hermanos, y manteneros siempre unidos, como una gran familia...por favor... prométemelo... ‘’ –
‘’ Si, te lo prometo madre... ‘’ –



18 de Marzo de 2012.

El taxi frenó en seco en medio de la nada. Elias despertó y se recostó en el asiento. Miró por la ventanilla del vehículo y vio el gran bosque que descansaba en mitad de la nada, cubierto de la espesa niebla gris que les rodeaba. Elias se quitó el cinturón y sacó la cartera.

- ¿Seguro que quieres que le deje aquí muchacho? –
- Si, es el sitio correcto. ¿Cuánto es? –
- Quince libras –

Elias le pagó sin ninguna devolución y descendió del coche. El taxista le miró desconcertado durante unos segundos, y arrancó después. Elias persiguió con la mirada al vehículo, y comenzó a echar de menos el calor de la calefacción. El frío que provocaba la niebla era insoportable, y en pleno verano, aquello parecía invierno. Elias se amarró la chaqueta a su pecho y se adentró por el frondoso bosque, guiándose por un desgastado camino empedrado que le llevaría a su destino.
El camino era seco, y estaba rodeado de hojas de otoño. Las plantas se encontraban marchitas, sin contar el desgaste y la humedad que había en el ambiente. Elias no recordaba este lugar así, lo recordaba llena de vida y de color, no muerto y oscuro. Se notaba el cambio de esos diez años que no pisaba ese bosque para ir al hogar de su infancia. Donde él, junto a su hermano mayor y con su hermana pequeña, jugaba al escondite antes de ir a cenar. Lo recordaba como si fuese ayer cuando se escondieron la última vez antes de separarse, recordando cada lugar, cada risa, cada mirada llena de vida; pero ahora, los tres hermanos estaban separados, cada uno en una familia de acogida tras la desaparición de sus padres. Elias fue acogido por una familia aristócrata del mismísimo Londres, en cambio Isaac, su hermano mayor al que tanto berreaba, se fue con la niñera que les cuidaba en aquel entonces; y la pequeña Selphie, la más pequeña de los tres, la llevaron a un convento de monja. Desde el día en que se separaron, nadie supo nada del otro, y la promesa de Elias a su madre se rompió ese día en que todos perdieron su infancia.

‘’  Es nuestro deber Elias... cuida de tus hermanos, y manteneros siempre unidos, como una gran familia...por favor... prométemelo... ‘’ –

- Madre, ¿Qué deber teníais para iros de nuestro lado? –

Elias llegó frente a una gran puerta de acero. En ambas laterales, se retorcía dos viejos robles, y sobre el muro, se apreciaba las pequeñas torres de la mansión que había tras la puerta. El camino empedrado del bosque le condujo a su antiguo hogar, la mansión de los GrindelCrowd, más conocida como la morada de las Puertas, como la llamaba su padre en alguna ocasión.

- La morada de las Puertas... increíble que aún se mantenga como el último día... –

De su bolsillo extrajo un viejo sobre con una carta reciente. No ponía remitente ni destinatario, pero hacía dos semanas que recibió esa carta en la Universidad. Esa carta es el motivo de que Elias esté ahí, frente a la mansión GrindelCrowd; su antiguo hogar.

‘’ Elias, necesitamos vuestra ayuda. Volved a casa. Las puertas no estarán abiertas mucho tiempo... ‘’
Marian G.

Elias tomo aire y empujo la gran puerta de acero que le separaba de su hogar.

- Ya estoy en casa para ayudaros... – dijo así mismo.

Dio un paso en el interior del jardín, y un escalofrío le cubrió el cuerpo. La tierra era blanda, como él recordaba, y el aroma a vainilla se mantenía en el aire de la zona. Elias sonrió, y sus ojos se iluminaron como cuando tenía seis años. Cegado por su repentino impulso, Elias atravesó el largo jardín y se plantó frente a la puerta principal, de donde provenía ese olor tan maravilloso que le recordó a las galletas de vainilla de su madre. Elias empujó la puerta, pero no podía moverlo. Estaba cerrada con llaves. Volvió a empujar, pero nada. Al final obtuvo por la opción más ridícula, llamar al timbre cuando la mansión está abandonada.

- Esto es patético – se rió de si mismo mientras presionaba el dedo en el timbre. El sonido de las campanas resonó en el interior como eco, y en un abrir y cerrar de ojos, la puerta se abrió sola. Entró, y el vestíbulo mostraba un paisaje sombrío, un lugar que ha cambiado durante estos años - ¿Hola, hay alguien aquí?, ¿Buenas? –

Nadie contestaba a la llamada del joven, únicamente el sonido del viento contestó a Elias en la oscuridad de la mansión. La oscuridad no le detuvo, y siguió caminando por el recibidor, tan amplio como era antes. Las escaleras a la planta superior ocupaban el centro de la estancia, y a los laterales, bien escondidos tras unas largas cortinas que colgaban del techo, se accedía a la biblioteca, donde el piano de su madre descansaba en silencio. Detrás de las escaleras, una puerta conducía a la cocina, y más para la derecha, el salón. Elias se encontraba indeciso hacia donde ir; la carta de su madre le desconcertaba, y el único sitio donde podía ir ahora era su dormitorio, en la segunda planta.
Elias soltó un quejido. Las escaleras crujían, como si se romperían los escalones a cada paso que daba, sin embargo, él continuaba. El largo corredor del segundo piso le aguardaba en las penumbras, aunque los rayos del sol se deslizaban entre la gran ventana del fondo. Había cuatro habitaciones. La primera era de Isaac, su hermano mayor, la otra la suya, después de su hermana Selphie, y por último la de sus padres. Torciendo la esquina, continuaba más escaleras que accedía a la última planta, donde jamás él ni sus hermanos pisaron. Elias se acercó poco a poco, sin embargo, la curiosidad de subir a la última planta le tentaba. Como sus padres la llamaban, era el lugar de las Diez puertas, el único lugar que estaba prohibido pisar; pero la intuición de Elias le llamaba, había algo en ese lugar que le llamaba exclamando ayuda...

- ¡Suéltame!

Una voz gritó proviniendo del lugar de las Diez puertas. Elias retiro la mano de la manilla de su dormitorio y fue corriendo hacia las escaleras. Subió las escaleras a tropezones, y al alcanzar el último piso, una luz le deslumbró por completo acompañado de un fuerte portazo. Él intentó pestañear, y recuperó la vista en cuestión de segundos. Frente a él descansaba diez puertas firmemente cerradas, y en el centro de la sala, yacía una chica en el suelo.